Danilo Medina en el contexto de la inteligencia emocional
David C. Mateo / Colaboración
El tema de la inteligencia emocional ha generado mucho interés en los investigadores de la conducta humana y ha estado presente a lo largo de la historia de la psicología. Ya para 1920 se hablaba de la inteligencia social que venia a interpretar la habilidad básica para comprender y motivar a otras personas, cuyos avances permitió que veinte años después se hablara de inteligencia interpersonal, muy parecida sin duda a la emocional.
El progreso investigativo durante más de cuatro décadas engendró la base analítica para que en 1985 se estableciera formalmente lo que hoy en día se conoce como inteligencia emocional. Sin embargo, hubo que esperar diez años, 1995, para que apareciera una explicación contundente, irrefutable e indetenible sobre la inteligencia emocional.
Correspondió al psicólogo norteamericano Daniel Goleman poner en evidencias y explicar el gran poder que tienen las emociones sobre lo que somos, lo que hacemos y en cómo nos relacionamos. En efecto, Goleman al explicar conceptualmente la inteligencia emocional estableció que se trata ante todo de “nuestra capacidad para dirigirnos con efectividad a los demás y a nosotros mismos, de conectar con nuestras emociones, de gestionarlas, de automotivarnos, de frenar los impulsos, de vencer las frustraciones”.
Es bajo ese enfoque que Goleman interpreta la inteligencia emocional “que supone tener una especie de brújula personal bien calibrada que nos permitirá guiarnos en todo momento por el camino más acertado”. Sin lugar a dudas esto supone que “siempre tengamos en cuenta esas realidades internas, ese mundo emocional, sabremos y actuar en consecuencia”, esto significa que cuando somos capaces de reconocer las emociones (y su impacto) en todo lo que nos rodea, entonces, se actúa en el marco de la inteligencia emocional.
Dada la concepción de la inteligencia emocional y al aplicarse a la política vernácula de la República Dominicana, encontramos un actor de primer orden de la vida política dominicana que siempre ha carecido de inteligencia emocional y esto explica en una alta proporción su patrón de conducta política. En efecto, Danilo Medina Sánchez es lo inverosímil a lo planteado por Goleman ya que se trata de alguien obsesionado, que actúa bajo el influjo de las emociones utilizando las malas artes de la política sin medir las consecuencias que se pueden derivar de sus actos.
Danilo Medina arrebata, destruye, se obsesiona y siente el placer al retaliar, rencoroso, envidioso, miope al mirar el futuro y carente de autoconciencia emocional. Por tales razones, pierde la capacidad para entender el sentir de los demás y se desconecta de la esencia de los valores y por eso es capaz de impulsar el fraude, promover los antivalores que trastornan las buenas costumbres de la sociedad y que destruye el sistema de partido.
Para que se entienda mejor las afirmaciones expuestas solo hay que señalar que la nauseabunda figura del “hombre del maletín” se creía superada, que el PLD se había encargado de darle cristiana sepultura. Pero resulta que Danilo Medina levantó y revivió, como todo lázaro, a esta despreciable forma de comprar voluntades, tal como se evidenció al comprar una reforma Constitucional para El reelegirse en el 2016, poniéndole precio a sus propios compañeros legisladores, e intentarlo de nuevo en el 2019.
La incapacidad de Danilo Medina para controlar sus emociones ha empujado a que la cúpula que secuestró al PLD haya caído en la trampa de actuar bajo su irracionalidad por encima de los valores y principios que le dieron orígenes y fomentar un grupo corporativo que interrumpió los valores y métodos de trabajos enarbolados por su líder histórico, el profesor Juan Bosch. Al no controlar su conducta sustentadas en impulsos emocionales e irracionales, Danilo Medina eligió destruir al PLD, salir por la puerta de atrás del Palacio Nacional y acompañar, a partir del 16 de agosto y para siempre, a Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Lilis, y a Rafael Leónidas Trujillo, por lo cual será juzgado por la presente y futuras generaciones.
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